LOS HERVÁS
DIEGO HERVÁS
El conde polaco Jan Potocki, que escribió en francés sobre España, daba por conocida "la historia del ateo Hervás" en la jornada cuadragésimonovena de su Manuscrito encontrado en Zaragoza (1813). La vida de Hervás la cuenta su hijo imaginario, "el Peregrino maldito" (*). Diego Hervás, en el que algunos críticos ven un alterego del autor de la novela rococó, estudió en Salamanca, en cuya universidad brilló pronto su inteligencia. Enseguida aventajó a sus profes. Solitario, Diego se encerró en su gabinete con las obras de los maestros de cada ciencia. Convirtió en sistema las ideas de Descartes, Harriot, Fermat, Roberval, Leibnicio... y propuso enmienda a los algoritmos empleados hasta entonces, tal hizo porque ambicionaba alcanzar la sabiduría y con ella la gloria mundana.
Salamanca se le quedó chica y viajó a la capital del reino. Hervás escribió su primer libro en español, no en latín como todavía se usaba, y lo llamó Secretos del análisis desvelados con el conocimiento de los infinitos de todas las dimensiones. Cuando presentó su manuscrito a la censura eclesiástica, los inquisidores pusieron pegas, porque el análisis de lo infinitamente diminuto parecía remitir a los átomos del réprobo Epicuro (algunos de cuyos raros manuscritos guarda la Biblioteca vaticana). Pero Hervás se defendió diciendo que se trataba de cantidades abstractas y no de partículas. Pagó de su pecunio la edición de mil ejemplares pensando que los vendería pronto y que garantizarían su inmortalidad. Los expuso en una librería de Madrid, y a las tres semanas no se había vendido ni uno.
Algún malicioso de la tertulia del librero, a la vista de la portada de un ejemplar, difamó a Hervás pensando que su título aludía al ministro de finanzas, pues este era "infinitamente pequeño" y gordo, especulando con que ANÁLISIS fuese anagrama de ALISANIS, que así se llamaba el ministro. El caso es que el falso rumor saltó de la tertulia a los barberos, corrió por la ciudad y el ministro Alisanis mandó arrestar al autor y confiscar la edición del presunto libro de geometría (**). Su autor dio con los huesos en la cárcel.
Hervás, tenaz, aprovechó su tiempo en prisión; sin papeles ni libros, se esforzó por recordar cuanto había aprendido de cada ciencia y formó en su poderosa imaginación el plan de una obra magna en cien volúmenes con todos los conocimientos de su tiempo, verdadera enciclopedia omni scibili. Dicho proyecto halagaba las dos pasiones de su alma: el amor por el saber científico y su amor propio.
A las seis semanas, el secretario del ministro le visitó en su celda y le puso al tanto de su imprudencia, es decir, de la temeridad de presentarse en Madrid sin padrinos ni protectores. Le anunció que se habían quemado los 999 ejemplares de la librería y que el ministro Alisanis, en su liberalidad misericordiosa, le ofrecía un puesto de contable. Hervás reflexionó y aceptó. Ejerció la contabilidad de la hacienda pública y sorprendió a todos los funcionarios con su extraordinaria habilidad para el cálculo y su buen sentido para la macroeconomía. Con un buen sueldo y las necesidades cubiertas, Hervás emprendió en sus horas libres la tarea de una Gramática Universal por ser la Palabra el principal atributo de los hombres (¡un humanista!); los siguientes volúmenes los dedicó a cada una de las ramas de la Historia natural de su época: el sexto a la entomología, el noveno a la botánica..., y así, libro a libro, fisiología, medicina, química, y hasta afrontó la metafísica delirante de los gnósticos y la filosofía hermética. No descuidó las artes de la guerra (guerra que suponía tan natural en el hombre como en las hormigas), ni las artes de la paz: legislación, historia, diplomática, arquitectura, pintura... Abarcó también las técnicas del pensamiento: lógica, retórica, ética y "estética" (volumen 68), entendida la Estética al modo kantiano, como análisis de las impresiones que recibimos por nuestros sentidos.
No se olvidó Hervás de los saberes y especulaciones más elevadas, de la teosofía y la teología, que dividía en dogmática, polémica y ascética; de la exégesis y la hermenéutica bíblica, hasta la escolástica (volumen 76), entendiendo por tal "escolástica" el arte de llevar una demostración hasta sus últimas consecuencias sin hacer caso del sentido común. De la teología mística pasó al panteísmo espiritualista, a la onirocrítica, donde se confirmó como un antecedente perspicaz de la interpretación de los sueños de Freud. En relación a los sueños, explicaba Hervás cómo estos habían gobernado el mundo durante milenios y cómo, una vez traducidos en errores mendaces y frívolos disparates por los gobernantes, lo habían desbaratado. Incluso se ocupó, críticamente, de los ritos ornitománticos de los arúspices toscanos transmitidos por Séneca, de la cábala hebrea y de la magia, remontándose hasta Ostanes y Zaratustra...
Pero, si era un maestro desmontando supersticiones, donde Hervás brillaba con luz propia era en las verdades irrefutables de la matemática, incluida en ella la geometría, la aritmética, el álgebra, la trigonometría, la estereometría que inventó Teeteto en la Academia platónica, la geografía y la astronomía (que Hervás separó de las fantasías astrológicas), y en mecánica y dinámica o "ciencia de las fuerzas vivas" (definición muy leibniciana, volumen 90). Los últimos tomos estaban dedicados a los saberes aplicados: estática, hidráulica, hidrostática, hidrodinámica, óptica, cálculo diferencial y, por último, Hervás cerraba el círculo con un magistral volumen sobre el ANÁLISIS (volumen 100), que el autor definía como "Ciencia de las ciencias, y el último límite de la inteligencia humana".
Diego Hervás (el Hervás imaginado por Jan Potocki) concluyó su monumental enciclopedia con 39 años. Le había dedicado 45.000 horas. Se felicitó por la reputación que al mismo tiempo había ganado como funcionario contable y como sagaz erudito, pero al mismo tiempo enfrió su alma una especie de tristeza, porque el hábito del trabajo, alimentado por la esperanza, había sido para él una amable compañía que ahora le abandonaba. El aburrimiento, desamor que nunca antes había conocido, le sacaba de sus casillas.
Para no enfermar de tedio o de esplín, hizo encuadernar los cien volúmenes desde la Gramática Universal hasta el Análisis y los puso con todo mimo en un armario bajo llave, quemando todas las notas, borradores, esquemas y manuscritos preliminares. Solicitó una excedencia en el ministerio de hacienda, abandonó Madrid y volvió a su pueblo, donde mil recuerdos inocentes y placeres sencillos paliaron su abatimiento. Hubiera permanecido allí, lejos del bullicio cortesano y ajeno a las áridas ideas en que había consumido sus veinte mejores años, pero los cien volúmenes dejados en Madrid parecían llamarle, atrayendo su atención como un poderoso imán.
Hete aquí que, vuelto a la capital, cuando abrió el armario, que debía conservar la esforzada labor de una vida y que había clausurado cuidadosamente, encontró que su obra había sido despedazada por las ratas, atraídas por la cola fresca de la encuadernación. Cayó al suelo en medio del desastre y perdió hasta el sentimiento de su existencia, como si no pudiera seguir sabiéndose siendo...
Salió del desfallecimiento con un ataque de cólera. Se hizo daño en la espalda ahuyentando a patadas al tropel de roedores. Encerró los restos de su polymathesis en un cofre y se sentó desolado encima mientras veía como una de aquellas fieras rezagada arrastraba en sus fauces las páginas medio desechas de su Análisis. La honda frustración afectó rápidamente a su salud causándole una fiebre biliosa y maligna. Privado de su gloria por la rapiña de las ratas madrileñas y desahuciado por los médicos, sólo una enfermera de treinta años, Marica, le cuidaba con esmero y le ofrecía consuelo.
Hervás nunca había sabido lo que era el amor ni la amistad, sino por unas definiciones y explicaciones que sobre esos afectos había escrito en su volumen sexagesimoséptimo, argumentos tomados de los clásicos, sobre todo de Ovidio. Ahora supo de ello o, al menos, se sintió inclinado hacia la tierna Marica por un intensísimo sentimiento de gratitud, así que le pidió el matrimonio. Ella aceptó. Solicitó el retiro de su oficio de contable con una pensión equivalente a la mitad de su sueldo y se casó con Marica. Pronto quedó embarazada, pero su salvadora murió dando a luz a su unigénito: Le terrible pèlerin.
El Hervás de Potocki, como un Job de fe vencida por el infortunio, acabó muy mal, amargado y ateo (l'omniscient impie). Intentó reparar el destrozo de la ratas, pero las ciencias habían progresado una barbaridad y tuvo que encerrarse durante cuatro años para poner sus conocimientos al día. Por fin consiguió restaurar su enciclopedia, pero cuando acudio al editor, éste le dijo que tendría que reducirla a 25 volúmenes y Hervás cayó en la más negra de las melancolías.
Entonces su espíritu, habituado a penetrar los sublimes misterios de la naturaleza, se abismó en la contemplación de las miserias humanas y las atrocidades de la naturaleza. Se preguntó si el mal había sido creado con todo lo demás. Luego se centró en las principales fuerzas del mundo material y sacó la impresión de que tal vez podía atribuirse a la materia una energía capaz de explicar todo sin recurrir a ningún supremo hacedor. Maestro de lógica, no le costó mucho apuntalar la simpleza de su incipiente materialismo mediante pruebas sofísticas aptas para llevar la mente al desvarío. Tal vez la caída de rayos había proporcionado un primer impulso al "ácido generador de la vida" en los océanos antiguos (el ácido y los rayos parecían causas suficientes; y el Creador, una hipótesis innecesaria).
"Su ángel bueno le había abandonado y su espíritu, extraviado por el orgullo de saber, lo entregó indefenso a los prestigios de los espíritus soberbios cuya caída arrastró la del mundo", así describe Potocki -seguramente con ironía volteriana- el desvalimiento agonístico de Diego Hervás que le llevó al suicidio (también Potocki se suicidó) tras amortajarse en vida y preguntarse a voces por qué había nacido: "¿Pedí acaso nacer?... He cultivado mi espíritu, pero las ratas lo devoraron; los libreros lo despreciaron. Nada quedará de mí; muero entero, tan obscuro como si no hubiera nacido. Nada, reconoce pues a tu presa". Se envenenó a sí mismo y sus últimas palabras, antes que el tóxico letal hiciera su oficio, fueron: "¡Oh, Dios mío, si es que hay uno, tened piedad de mi alma, si es que tengo una!".
Los Hermanos de la caridad se negaron a enterrar al suicida nihilista, pero seis enmascarados -según cuenta su hijo, el Peregrino maldito- se llevaron su cadáver no sabemos a dónde ni por qué... Eso sucedió cuando todavía no habían plantado en Madrid la colosal estatua de la Cibeles.
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LORENZO HERVÁS y PANDURO
En una nota de su Manuscrito encontrado en Zaragoza, Jan Potocki alude a un jesuita español llamado Hervás, el cual mandó imprimir en Roma en 1780 veinte tratados de diferentes ciencias (***). Es probable que se trate del humanista español y jesuita expulso Lorenzo Hervás y Panduro (1735-1809) que publicó en Cesena, en veintiún volúmenes Idea sull'universo (1778-1792), monumental obra que escribió en italiano y él mismo tradujo al español. El caso es que esta enciclopedia consiguió un notable éxito en Italia, pero se convirtió en ruina económica al editarla en español con el título de Historia de la vida del hombre (1789-1799).
De la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Recorte del retrato de Lorenzo Hervás y Panduro |
Simultáneamente, el genial jesuita expulso tuvo tiempo para esbozar la Lingüística comparada con su Catálogo de las lenguas. Es uno de los principales polígrafos de la Escuela Universalista Española del siglo XVIII. De humilde origen labrador, Lorenzo Hervás estudió en la Complutense -y no en Salamanca como el Diego Hervás de Potocki-. Fermín Caballero redactó su biografía en el tomo primero de Conquenses ilustres. Cuando Carlos III expulsó a los jesuitas por su obediencia absoluta al Papa (papismo versus regalismo) en 1767, Hervás marchó a Córcega y a Italia. Volvió a España en 1798 y residió en Barcelona donde colaboró en la fundación de la Escuela Municipal de Sordomudos (1800). Desterrado de nuevo en Roma, fue nombrado prefecto de la biblioteca del palacio del Quirinal por Pío VII.
Los hermanos Humboldt se aprovecharon con los materiales filológicos de Lorenzo Hervás, mostrándole escaso agradecimiento. Hervás regaló a Wilhelm von Humboldt su manuscrito de las gramáticas abreviadas de los dieciocho lenguas principales de América. Ambos coincidían en que cada lengua supone una visión distinta y original del mundo y un método especial para comunicar y pensar.
Notas
(*) En la versión francesa de Caillois (cfr. infra): "Histoire du terrible pèlerin Hervas et de son père, l'omniscient impie" (II, I)
(**) Es fácil que esta ficción de Potocki tenga su base histórica en el Motín de Esquilache (1766) del que se acusó a los jesuitas y que sirvió de pretexto para su expulsión de España.
(***) Sin embargo, en otra nota que Potocki añadió a una de las copias del Manuscrito se dice que "Hervás murió hacia el año 1660" para justificar que los conocimientos de física del imaginario "Diego Hervás" fuesen limitados. Añade el cosmopolita y políglota conde que el "ácido universal", que según "Hervás el ateo" animaba a la naturaleza, estaba tomado del "ácido príncipe" de Paracelso (fallecido en Salzburgo en 1541).
Para saber más:
- Jan Potocki. Manuscrito encontrado en Zaragoza, traducción de Mario Armiño, Ed. Valdemar 2002. Y Jan Potocki. Manuscrit trouvé à Saragosse (texte établi et presenté par Roger Caillois, Gallimard, 1958). Sobre esta fantástica y formidable obra pueden leerse nuestro ensayo en Signamento o las Reflexiones de Diego Moldes en Zenda.
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