JUVENCO DE ILIBERIS
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Primera página de manuscrito medieval (s.IX-X) Libri Evangeliorum (c. 330) de Juvencus. Wikipedia. |
Encrucijada entre dos mares y continentes, la Bética, región europea que toma su nombre de la depresión geográfica del Betis romano, es decir del Guadalquivir islámico, era casi un paraíso para el historiador galo Trogo Pompeyo (siglo I): abundante en frutos, minerales y "yeguadas de ligeros cascos". Al-Himyâsi en el siglo XIV habla de las riquezas permanentes de Al-Ándalus. La Hispania meridional -¡O tempora!- fue culta e intensamente romanizada. En ella pusieron su huevo todas las grandes culturas del Mare Nostrum.
Los compendios de Historia suelen pasar por alto el renacer de la cultura en la primitiva Hispania cristiana y altomedieval, en sus principales ciudades: Hispalis, Corduba y Eliberis (Granada). Se cree que Iliberis fue la primera capital de la Hispania Baetica. Sus ruinas se encuentran en el municipio actual de Atarfe. A pocos les sonará el nombre de Juvenco de Eliberis, autor paleocristiano del siglo IV.
Vivió desde luego Juvenco un tiempo borrascoso, de decadencia del romano imperio. Sin embargo, en el 254 ya se habían organizado en la península ibérica los obispados de Astorga, Mérida y Zaragoza. En el 306 se celebró concilio en Eliberis con asistencia de obispos de todas las grandes sedes de la Bética, entre ellos el de Tucci (Martos) y los de Toledo, Évora, etc.
La Bética fue menos afectada que otras provincias romanas por la "anarquía militar" a mediados del siglo tercero, lo que explica el alto grado de su cultura a principios del cuarto. Los emperadores Trajano, Adriano, Marco Aurelio, Cómodo y Teodosio el Grande, y por eso sus hijos, eran de ascendencia hispana; igualmente, filósofos, poetas y humanistas, como Séneca, Marcial o Quintiliano; geógrafos, como Mela; y agrónomos, como Columela.
Los cánones del concilio de Eliberis prueban la ósmosis y el mestizaje que se produjo en la Bética entre paganos, cristianos y judíos. Incluso se dieron casos de cristianos que ejercieron también el sacerdocio pagano (flamen), o de judíos que bendecían mieses de cristianos.
El Edicto de Milán (313) dio libertad a los cristianos, que hasta entonces habían sido considerados enemigos de Roma, y les restituyó sus bienes confiscados. Bajo el imperio de Constantino, al final del siglo IV, el cristianismo devino religión de Estado. El 27 de febrero de 380 un decreto de Teodosio sanciona este hecho. Sin embargo, antes, hacia el 330, Juvenco había escrito la primera epopeya cristiana en latín: Los Evangeliorum libri quattuor, que luego sería conocida como Histora Evangélica. Su autor, el nobilísimo presbítero Caius Vettius Aquilinus Juvencus.
De Juvenco sabemos poco, que poseía una sólida formación clásica, que usó para la transmisión de la nueva fe adaptándola a la sencillez del espíritu evangélico. San Jerónimo lo menciona como varón ilustre que tradujo literalmente en hexámetros los cuatro evangelios del Nuevo Testamento, es decir, que puso en verso latino "la historia de Nuestro Señor y Salvador y no le dio miedo el someter la majestad del Evangelio a las leyes de la métrica".
La fuente principal de la Historia Evangélica de Juvenco es el Evangelio de San Mateo aunque parafrasea también a Lucas y Juan; menos, a Marcos. Es su obra es notable la influencia de Virgilio. Constantino había propiciado la cristianización de Virgilio al identificar a Cristo con el niño que se anuncia en su Égloga cuarta. El primer libro de la Historia Evangélica relata los hechos de Juan el Bautista y el nacimiento de Jesús; el segundo y tercero cantan los milagros y las parábolas; el cuarto, la pasión y la resurrección.
Cristo será el héroe nuevo que celebrará Juvenco en los versos de su epopeya, después de que Homero celebrase las proezas de Aquiles y Virgilio las de Eneas, pues su poema versa "la gesta vivificante de Cristo". La obra de Juvenco simboliza bien la revolución cultural que se estaba produciendo como síntesis de culturas. Lactancio, nacido a mitad del siglo III, ya había animado a los cristianos a usar la cultura pagana con fines cristianos, lo cual facilitaría la conversión de las gentes ilustradas "de buena voluntad". Juvenco, su contemporáneo, le hace caso y envuelve el relato evangélico en el lúcido y bien consonado ropaje de la poesía épica latina. "Señor de la Luz", llama a Jesús Nazareno.
Hay diferencias con la epopeya pagana. Las gestas de los antiguos ensartaban ficciones; la gesta de Cristo es dádiva del Padre eterno a los pueblos, exenta de engaño. El poeta ya no invoca a las Musas, sino al Espíritu vivificador, tercera persona del único Dios; ya no bebe de la fuente Castalia, sino que invoca al Espíritu para que refresque su mente con las aguas del Jordán. El universo no es inmortal, "pues el Padre de todas las cosas ha fijado el tiempo irrevocable en el que el último fuego abrasador asolará el mundo en su totalidad". Pero el poeta no teme que el incendio de mundo reduzca su obra a cenizas y espera que el Espíritu Santificador le asistirá.
Juvenco fue el primer autor cristiano que creó un lenguaje épico para dar a conocer los hechos del Nazareno: su venida, su mensaje, su sacrificio y su resurrección. No evita a veces una seca y respetuosa literalidad, y otras una libertad sin medida. Exalta la esperanza cristiana en la inmortalidad, que contrasta con lo efímero de la epopeya mundana. Reconcilia a Cristo con Eneas, el héroe virgiliano. Ambos vinieron al mundo a cumplir una misión divina, a salvar a un pueblo amenazado de perdición, a renovar las almas. Ambos atraviesan pruebas mortales y descienden vivos a los infiernos, habiendo fundado en la Tierra una raza espiritual nueva. Eneas halla su espiritualización en Cristo. Por eso el padre Eusebio verá en los sentimientos religiosos de Virgilio una "preparación evangélica".
La obra de Juvenco alcanzó un éxito milenario. Le citan en Hispania Paolino de Nola y Prudencio de Calagurris; el papa Dámaso en su poesía epigráfica; en la Galia, Avito de Viena y Sedulio en el siglo V; Isidoro de Sevilla en el VII alaba a Juvenco. La Historia Evangélica será tenida en cuenta en todas las escuelas medievales al lado de la obra de Prudencio, Avito y Sedulio. El anglosajón Alcuino de York, artífice del "Renacimiento carolingio" (ss. VIII-IX) recordará con nostalgia a Juvenco y a su compatriota Prudencio, porque ocupaban un sitio de honor en la biblioteca de su juventud insular. Petrarca le cita en su Ecloga X: "Vi al hispano Juvenco cantando en nuestra lengua los versos del hombre y del águila al mismo tiempo, del buey y del león" (el "hombre", como el ángel, simboliza al evangelista Juan). Aldo Manuzio publicó los 3211 hexámetros de la Historia Evangélica en 1502.
De este modo la Bética legó a la Europa occidental medieval un "Evangelio según Juvenco", un renovado enfoque de la poética virgiliana con un contenido moral superior.
Notas
La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes ofrece enlace a las obras de Juvenco.
La Historia Evangélica fue publicada por la Biblioteca Clásica Gredos, nº 249, introducida, anotada y traducida del latín al español por Miguel Castillo Bejarano, Madrid, 1998.
Bibliografía consultada: Alfonso Maestre Sánchez. "La Bética cristiana, cuna de latinidades y "filosofías medievales", en Pensamiento filosófico español, vol. I. De Séneca a Suárez.
La misma tarea que Juvenco se impuso Cipriano para la Biblia (Heptateuchos). Curiosa es la figura de Comodiano, que escribía después del 440 (hay críticos que lo creen anterior), puritano áspero y moralista en los dos libros de sus Instrucciones y en su Carmen apologeticum con 1060 versos, que termina en un cuadro apocalíptico (Juan Bayet. Literatura latina, Ariel, Barcelona, 1975, pg. 524).
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