JOAQUÍN DE FIORE


El abad calabrés con el Apocalipsis joánico


El siglo XII de la cristiandad fue un tiempo de controversias y disputas metafísicas y teológicas. Los monjes discutían sobre la predestinación de las almas, el misterio de la eucaristía y sobre los conceptos universales, si Verdad y Bien son realidades o convenciones verbales, etc. La discusión continúa. Joaquín de Fiore (1145-1202), natural de Dorfe Celico, cerca de Cosenza, fue abad del monasterio cisterciese de Corazzo y luego fundó el de san Giovanni de Fiore, en Calabria (1191).

Escribió numerosos tratados, Concordia Novi et Veteris, Expositio in Apocalipsim, De unitate seu essentia Trinitatis, este último contra Pedro Lombardo... También discutió con Gilberto de la Porreta sobre los principios de la fe y tuvo oído para elogiar el salterio de diez cuerdas. Con sus interpretaciones y profecías ejerció gran influjo en los últimos años del siglo XII, en "los fraticelli" y en "los espirituales".

Interpretó la Historia Sagrada en función del dogma trinitario dividiéndola en tres estadios sucesivos:

- La creación y Edad del Padre, hasta la Encarnación.

- La Encarnación-Redención. Edad del Hijo, hasta su época, en la que Joaquín ejerce como profeta del tercer estadio (status):

- La Edad del Espíritu. Tiempo de perfección y liberación bajo el dominio del amor, época de transfiguración de cuerpos y almas bajo una iglesia reformada por dos órdenes religiosas, inspiradas por el "Evangelio eterno".

Del Libro de las Figuras, Joaquín de Fiore

Juan Larrea afirmó que con Joaquín de Fiore resurge con disimulo el Espíritu de profecía y "la imaginación comete entonces una de sus picardías". Joaquín de Fiore contempla la realidad histórica como un proceso [moral y teológico] y rectifica a san Agustín, padre de la filosofía de la historia, al adivinar en funciones una evolución milenarista análoga a las tres personas de la Trinidad, que entiende ahora como sucesivas épocas: la del Padre, la del Hijo y -a la espera- la del Espíritu Santo, que profetiza a fines del siglo XII.

Está seguro Larrea de que la idea de Joaquín de Fiore coincide esencialmente con la que yace implícita en los sistemas de Juan Escoto Erígena y de Amalrico de Chartres, y con los sistemas que articularán los filósofos idealistas alemanes después de Kant. La coincidencia se da en el supuesto de que el Ser divino se revela, expresa, se objetiva o manifiesta, en el devenir temporal. No obstante, el olvido de la profecía joaquinista fue casi completo hasta el siglo XIX. Entre los románticos sólo Schelling se enteró al final de su vida de las coincidencias de sus hipótesis con el abad calabrés, setecientos años anterior.

Un teorema de esta hipótesis es que la providencia del Ser o Sujeto Universal ha venido modelando o al menos colaborando en el desarrollo histórico de los pueblos. A esta intuición básica (presente en el panlogismo de Hegel) no fue ajeno el humanismo del Renacimiento con su utopismo. Grana -según el filósofo vasco- en una conciencia de ser singular, de mónada, según la expresión con que, adelantándose a Leibniz, transfigura Bruno el "monacus" del abad Joaquín. Tal mónada se sitúa en el alfa de un espacio infinito.

Por desgracia, Descartes prescindirá de la historia y del tiempo, reduciendo su mecanicismo a torbellinos de materia en el espacio euclidiano, y su pensar a voluntad subjetiva nacida de la duda libérrima. Más tarde, Vico en su Ciencia Nueva se empeñará en comprender el pasado de las naciones conforme a providencia y, frente a la razón cartesiana, abraza la causa de la Imaginación y del Sujeto que vive creadora y poéticamente (1).

Refiriendo a los "Contratiempos del Milenio", del Milenio como esperado reino de la paz y de la sabiduría, como omega histórico, Larrea explica la fuente de la idea-símbolo del milenio en un sentimiento escatológico, de finalidad y sentido del tiempo, del devenir como noción indeterminada que apunta a una situación terráquea universalmente perfecta, a la que está asociada la intención de la mente divina, pues depende también de su potestad.

El Milenio o quiliasmo, de raíz hebraica pero también cristiana, se amiga bien con las ansiedades de la filosofía de la historia, con aquella cultura que sostiene que la vida del hombre se halla intencionada por un impulso que la proyecta al universalismo y la perfección (la Idea del bien platónica como poder inmanente y creador). El milenarismo justifica así la vida del hombre como peregrinación por la meta de llegada. Se trata de un afán terrenal, intramundano, que desecha la idea medieval del mundo como valle de lágrimas o circo, mera oportunidad para que el cristiano merezca o no su salvación.

Para Juan Larrea, cuanto en la historia tenga movimiento, intención, esperanza es milenarista a su manera. La "lucha final" del socialismo es milenarista, igual que el ideal kantiano de una Sociedad Universal de Naciones, y hasta el positivismo comtiano con su "tercera época" en que la consciencia reine. Su degeneración, más o menos hegeliana, acaece con el proyecto germanista del energúmeno Führer.

El milenarismo cristiano tuvo sus dos momentos de parcial triunfo con las invasiones germánicas y la Reforma protestante. Milenarista fue Lactancio y -a su manera- san Agustín con su Ciudad de Dios y su iglesia purificada con un cielo y tierra nuevos, en el séptimo día en que reposarán los santos. Pero Agustín es escéptico con respecto al milenio meramente terrestre, lo cual es consecuencia seguramente de su introversión (noli foras ire) que busca la fuente de todo bien dentro del alma, no fuera.

El Crismón representa la victoria de Cristo mediante el anagrama de las letras griegas ji y ro superpuestas dentro del círculo (perfección).
Es completado por otros símbolos como el cordero (Agnus Dei)
y las letras alfa y omega (principio y fin). Crismón del Alto Aragón. 

No obstante, el Crismón, símbolo expresivo del marginado Milenio apocalíptico floreció sigilosamente. Así que Joaquín de Fiore, dotado del espíritu de profecía como sentencia el Dante, se anticipa al Renacimiento asiendo el hilo seccionado por Agustín. Para el abad calabrés la historia humana tiene un sentido trascendental. Le basta a Joaquín de Fiore enfrentar el Antiguo y el Nuevo Testamento utilizando la clave del Apocalipsis joánico, para darse cuenta de que, para el desarrollo lógico de la mente divina en que se apoya la inteligencia del hombre, es necesario el advenimiento de una tercera época correspondiente a la Tercera Persona, que es el Espíritu Santo.

El tiempo posee una virtualidad creadora semejante a la de Dios, sustancialmente sucesiva, en la manifestación de las Tres Personas de que aquél se compone. Por eso la intuición del abad es para Larrea impecable, aunque cometiese la torpeza de fijar la fecha en 1260 para el advenimiento de la Edad del Espíritu o Milenio. Nicolás de Cusa la fijaría en 1734 y Swedenborg en 1757, año en que nació Blake... Antes del Renacimiento, la conciencia vislumbraba ya la posibilidad de un quehacer en el campo material y terrestre. La adaptación culminaría en la Reforma.

Joaquín de Fiore no usa el vocablo "Milenio". Habla de "Sábado espiritual". Elude el término porque desde el siglo V se consideraba concepto de estirpe judaica y propensión heterodoxa. En tiempos más próximos a nosotros el "Milenio" ha vivido a la sombra equívoca del ocultismo. Aunque por supuesto, milenarista fueron las grandes utopías de Moro, Bacon y Campanella, que miran de reojo a la República de Platón. Todos los inconformistas del mundo y aficionados a rehacerlo reclaman el advenimiento del Cristo justiciero, o la Revolución o el Apocalipsis con todos sus horrores, con tal de que se acaben las corrupciones mundanas y se promulgue el Reino de la Justicia. Así suele suceder que "los apocalípticos" (Umberto Eco los opone a "los integrados") se solidarizan con el final de los tiempos y su hecatombe para abrillantar sus esperanzas, pero, sobre todo, para fulminar al adversario político. Esto explica que, si el adversario gobierna, "cuanto peor, mejor".

Larrea se hace eco de la opinión del milenarista E. L. Tuvenson quien sostiene con razón que "la doctrina del progreso guarda más puntos en común con la mente religiosa que con la científica". De modo que el virus del quiliasmo se habría introducido también en el pensar ilustrado y liberal (2).


Pg. 101 de Ciudad sobre ciudad (nota 3)


Eugenio Trías llamó a su libro más ambicioso La Edad del Espíritu (Barcelona 2000). En él distingue dos grandes épocas históricas en que se modula el registro simbólico-religioso; a la segunda llama "Edad de la Razón", al final de la cual se postula una "tercera edad" en que se asume la exigencia de reflexionar críticamente la razón como "razón fronteriza" (tanto en su uso teórico como práctico, o cívico-político) y de suplementar el cerco (3) fronterizo mediante la provisión de formas simbólicas (artísticas y religiosas). También Trías vislumbra la Edad del Espíritu como tarea de futuro.

Trías cita expresamente a Joaquín de Fiore como profeta occidental de su "Edad del Espíritu" y reconoce, con Henri de Lubac, su poderosa influencia histórica, aun subterránea respecto a la corriente superficial ortodoxa y a pesar de la prosapia de "herejía" que su exégesis bíblica desencadenó, ya que su interpretación facilitó que la presencia del Verbo encarnado (Jesucristo) perdiera centralidad. "En la transición de la hegemonía de la Segunda Persona trinitaria a la Tercera se halla el centro de gravedad de la aventura espiritual de Joaquín de Fiore" (4).

Antes que Joaquín, el bizantino Gregorio de Nacianzo ya había iniciado una proyección del modelo trinitario a la Historia Sagrada. En el Antiguo Testamento, dominado por la autoridad del Padre, se insinúa ya la presencia del Verbo; y en el Nuevo, sobre todo en los textos atribuidos a Juan, la figura del Paráclito, el Espíritu Santo consolador. Antes aún, la presencia del Espíritu fue determinante en el gnosticismo, espíritu que podía ser en hebreo de género femenino. En la gnosis valentiniana es szygía fémina del eón Cristo... "conocedora de los misterios del Elegido..., descubridora de lo oculto y reveladora de lo misterioso; ven, sacra paloma" (Himno al Espíritu Santo. Szigía es la prima femina de Dios, Silencio, Sygé).

En Joaquín de Fiore se destaca autoconsciente el Espíritu como sujeto y agente a través de una grandiosa concepción teológica de la historia y de su acontecer simbólico que, como finalismo y teleología, guía los acontecimientos hacia la revelación de la Tercera Persona. El espíritu se halla como dormido en el primer status, ya que en la Antigua Alianza domina el Padre, pero el verbo profético advierte ya la presencia del Verbum Dei. En el Nuevo Testamento aparece Cristo en la carne y en la letra, si bien en el cuarto Evangelio y en el Apocalipsis joánicos se anuncia proféticamente el advenimiento del Espíritu Santo.

El abad calabrés piensa que la historia del mundo ya está madura para le expansión de la Tercera Persona. Puede hablarse de un tercer status en el régimen de la revelación, lo cual implica una renovada iluminación y una inteligencia espiritual. No es preciso para ello usar un nuevo evangelio, sino una lectura de las Escrituras secundum spiritum, más allá de toda hermenéutica literal. Algo así propondrá Averroes en el siglo siguiente respecto al Corán. Buenaventura en sus últimas conferencias de la universidad de París sigue la inspiración profética de Joaquín, pero toma distancia del abad, como si este hubiese también profetizado el nuevo evangelio eterno que se cita en el Apocalipsis. Buenaventura concibe el tercer status, el célebre Millenium durante el cual gobierna Cristo con sus santos en la Tierra, en el sentido tradicional de san Agustín como Ciudad de Dios. A la sexta edad se le superpone el milenio como fase anterior a la consumación apocalíptica.

A los patriarcas, reyes y profetas, guiados por la Ley Natural y a la alianza postdiluviana y mosaica de los diez mandamientos, sigue la edad de los clérigos, que se inicia con el apóstol Pedro. A esa edad debe seguir el tiempo de los espirituales, cuya forma de comunidad no es ya ni familiar ni eclesiástica, sino comunidad espiritual prefigurada por las órdenes contemplativas, especialmente por la de san Benito y el Císter.

La iluminación, las luces del espíritu consisten en el entendimiento completo de los arcanos y de las resistencias que ofrece la carne. Los franciscanos tendieron a ver cumplirse la profecía joaquinista en la figura carismática de Francisco de Asís y en la orden que fundó. Joaquín de Fiore era su heraldo, como Juan el Bautista lo fue de Jesús. Tal comunidad espiritual se abría a todos los estamentos, pues en el tercer status o Edad del Espíritu este se difunde de modo ecuménico y hegemónico.

Dios se ha ido revelando. La creación del mundo fue el principio. Tal gestación halla su metáfora perfecta en el símbolo del árbol del universo con su doble ramificación: arbor scientiae y arbor vitae, que Joaquín figura en sus célebres gráficos arbóreos relativos a los distintos status, concebidos como proyecciones sobre la Historia del Mundo del entramado de la Trinidad. La figura del árbol de la ciencia y de la vida volverá a encontrarse en Ramón Llull.

Eugenio Trías señala cómo en Tomás de Aquino se echa en falta un horizonte pneumatológico (de pneuma, espíritu) frenado por su intelectualismo aristotélico, en el que la mente y la inteligencia (mens, noûs) suplantan al pneuma o spiritus. "Pneuma" era término ajeno a la corriente principal del pensar griego, si bien se asocia al arcano aire en Anaxímenes y a los vapores o alientos vitales en la medicina hipocrática. El término cobró relevancia en la Estoa y en Tomás apenas cobra relieve, en parte por su racionalismo aristotélico, pero también puede que por su hostilidad a las tesis de Joaquín de Fiore.

Ojalá la profecía de Joaquín de las flores sea motivo de esperanza e incentivo de la acción.

Notas

(1) Juan Larrea. Razón de Ser, Jucar, Madrid 1974. Larrea entiende la naturaleza y la historia esencialmente como una creación poética e imaginativa del espíritu divino.

(2) Juan Larrea. La Espada de la Paloma, Cuadernos Americanos, nº 47, México 1956.

(3) Trías asocia su "cerco" (resto, residuo, mancha...) al "vestigio de lo suprasensible" del que habla Kant (cfr. Ciudad sobre ciudad, ed. Destino, Madrid, 2001, pg. 231. Trías distingue entre el "cerco del aparecer" que incluye el lógos y la razón crítica; el cerco fronterizo, en el que aparece la verdad como ser del límite; y el cerco hermético con su suplemento simbólico (v. imagen supra).

(4) Pg. 302, nota 257 de la edición citada de La Edad del Espíritu (Debolsillo, Barcelona 2000).

 



Comentarios

  1. Lo he leído entero, pero mi mente apenas lo ha entendido. ¿Demasiado Mayor? ¿Poco tiempo en la escuela? ¿Pésima etapa de enseñanza Pues predominaba más la enseñanza de la Formación del Espíritu Nacional y la religión Católica, Apostólica y Romana ordenada por "él" de la Gracia de Dios? No lo sé, solo que salí del pupitre a mancharme las manos de grasa y de aceite negro de los motores de camión. Mi amigo hay mi amigo José Biedma cuanta falta hace que estés a mi lado o yo al de él. Ya que su verbo es entendible y agradable de escuchar y entender.

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