IBN TUFAYL DE GUADIX

 


Abu Bakr Ibn Tufayl nació en Guadix (Granada, Al-Ándalus) a principios del siglo XII de la era cristiana. Fue médico, matemático, poeta... Averroes reconoció su competencia como filósofo. Ejerció de secretario del gobernador (walí) de Granada y fue en Marruecos visir, médico y amigo de Abu Ya'qub Yusuf (1163-1184), segundo soberano almohade y protector de los intelectuales y mecenas de Averroes. Se dice que a través de Ibn Tufayl, este "Príncipe de los creyentes" encargó un comentario de Aristóteles al filósofo cordobés. Tufayl murió en Marruecos hacia 1185.

Nuestros escolásticos latinos le llamaron Abubeker y poca obra suya conocieron, solo una crítica en que Averroes le reprochaba en su De anima, V, que identificara el Entendimiento posible con la imaginación (phantasia). Al parecer, Tufayl afirmaba que la imaginación, convenientemente ejercitada, es capaz de percibir los inteligibles sin necesidad de otro intelecto. Nos extraña que Juan Larrea y, más tarde, Ignacio Gómez de Liaño, grandes defensores del poder creativo de la imaginación no hayan reparado suficientemente en la obra de este autor andalusí.

Tal vez sea porque Ibn Tufayl debe su fama a una novela que pasa por ser la primera escrita en árabe y una genuina novela filosófica, Hayy b Yaqzân, "El hijo del que vela", es decir, el hijo de Alah-Dios. Fue traducida primero al hebreo por Moisés de Narbona en el siglo XIV e hizo fortuna la edición en latín hecha por Edward Pococke (o Pockok) en 1671 con el título de Philosophus autodidactus (El filósofo autodidacto). Tanto fue su éxito que inspiró a los empiristas su doctrina de la tabula rasa y circuló como un "bestseller" traducido al inglés y al alemán durante el XVII y el XVIII. Sabemos que Leibniz leyó la novela en 1672 y manifestó por ella gran aprecio. De hecho, afirma contra la opinión del franciscano español Cristóbal Rojas y Spínola (1626-1695) y seguramente inspirado por el andalusí "que un hombre solitario también puede tener ciencia" (*).

Tufayl Abubeker escribió su novela alegórica inspirado por el avicenismo, el sufismo y la teología Kalam. Cita al oriental Al-Farabi y al zaragozano Ben Bacha (Avempace), muerto en el primer tercio del siglo XII en Fez, del que conservamos un tratado de Lógica, la Carta de despedida o del adiós y fragmentos del Régimen del solitario

Cuenta el Filósofo autodidacto que el niño Hayy es criado por una gacela en una isla desierta y luego de su muerte hace la autopsia al cadáver de su "madre" y desarrolla la razón y el entendimiento, en principio, antes de la experiencia, una tabula rasa (pizarra vacía). Usa la razón para ordenar sus experiencias hasta alcanzar la iluminación, es decir, tanto la sabiduría perfecta como la suma felicidad.

Son diversas las interpretaciones de esta obrita memorable. ¿Se trata de una biografía espiritual? O tal vez trace un método para hallar la verdad y el éxtasis despojándose ascéticamente de toda ambición mundana. Menéndez Pelayo denomina la obra de Tufayl, al que llama Abucháfar Abentofáil, como ejemplo de "racionalismo místico" en el prólogo a la edición de El filósofo autodidacto (Espasa-Calpe, colección Austral). 

El sabio, o el aspirante a la sabiduría, es decir el filósofo, ha de vivir en el mundo la vida del pájaro solitario. Se trata de un esfuerzo para conciliar la filosofía natural con la revelación profética, análogo al que hará Averroes (aunque a este se le atribuye la doctrina de las dos verdades, la racional y la de fe) y, un siglo después, un parecido esfuerzo por racionalizar la fe en la revelación bíblica lo hará para el cristianismo Tomás de Aquino, que llama "Abubacer" a Tufayl y que jamás despotricó contra Averroes, aunque criticó algunos de sus puntos de vista (de hecho, el Aquinate fue acusado de averroísta, aunque no dio con sus huesos en la cárcel como otros colegas de la universidad de París).

Cristóbal Cuevas insiste en que no es Tufayl un místico sufista, aunque trate de ascética y mística, también escribió sobre matemáticas y poesía. Interpreta El Filósofo autodidacto como una propedéutica o "iniciación para selectos", un método de perfección espiritual a través de un correcto uso de la razón discursiva buscando, como su amigo Ibn Ruschd (Averroes) concordancia entre razón y fe. 

Tufayl considera el Entendimiento agente (Intellectus agens, el noûs poietikós o inteligencia creadora de Aristóteles) emanación de Dios (Allah). Su mística aspira a una agónica unión del alma con la Suprema Inteligencia a través de la serie de peldaños intermedios de una escala, la vía del entendimiento en acto y la inteligencia adquirida, es decir, el saber probado. Su "misticismo empirista y racionalista" podría emparentarse con el gnosticismo alejandrino y el plotinismo. Claudio Sánchez-Albornoz retrata a Ben Tufail, dieciséis años mayor que Averroes (cuya influencia en el pensamiento europeo será enorme) como un neoplatónico.

Según Ibn Tufayl "el mundo sensible y el mundo divino son como dos mujeres de un harén; si el dueño prefiere a la una, ha de irritarse forzosamente con la otra". Para dar el triunfo a la parte espiritual, el místico ha de procurar aniquilar lo temporal de su egoísmo, prologando el éxtasis que le saca de sí mismo, para ello puede recurrir incluso a danzas, giros, drogas o alucinaciones provocadas:

"Ponía el Solitario toda su contemplación en lo Absoluto y apartaba de sí todos los impedimentos de las cosas sensibles, y cerraba los ojos y tapiaba los oídos, y con todas sus fuerzas procuraba no pensar más que en lo Uno; y giraba con mucha rapidez hasta que todo lo sensible se desvanecía, y la fantasía y las demás facultades que tienen instrumentos corpóreos caían en debilidad y abatimiento, alzándose pura y enérgica la acción del espíritu hasta percibir al Ser Necesario, la verdadera y gloriosa esencia", escribe Tufayl (1).

Es posible -como insinúa Menéndez Pelayo- que Tufayl influyese en las sectas quietistas cristianas, en Miguel de Molinos, en los alumbrados de Llerena, en los jansenistas y hasta en los cuáqueros ingleses, a los que con despectiva intención llama el erudito ultramontano "tembladores".

***


En el siguiente texto, que debemos al cronista al-Marrâkusî, Averroes cuenta su presentación al príncipe almohade, gobernador de Sevilla, por parte de su colega y mentor Ibn Tufayl:

«Cuando llegué ante el Príncipe de los creyentes, Abû Yacqûb, lo encontré en la única compañía de Abû Bakr Ibn Tufayl. Abû Bakr comenzó a elogiarme, hablando de mi familia y de mis ancestros, y tuvo a bien, por bondad, añadir a eso cosas que yo me hallaba lejos de merecer. El Príncipe de los creyentes, tras haberme preguntado antes mi nombre, el de mi padre y el de mi familia, me preguntó sin más preámbulos: “¿Cuál es la opinión de los filósofos respecto al cielo?, ¿lo creen eterno o creado?” Embargado por la confusión y el miedo, eludí la cuestión y negué haberme ocupado de la filosofía, ya que desconocía lo que Ibn Tufayl le había contado en este sentido. El Príncipe de los creyentes, habiéndose apercibido de mi pavor y de mi confusión, se volvió hacia Ibn Tufayl y se puso a hablar de la cuestión que me había planteado, recordando lo que habían dicho Aristóteles, Platón y todos los filósofos y citó al mismo tiempo los argumentos alegados contra ellos por los musulmanes. Observé en él una vasta erudición, que no habría sospechado incluso en ninguno de aquellos que se ocupan de esta materia y que le consagran todo su tiempo libre. Hizo todo esto para que yo me sintiera cómodo, de forma que terminé por hablar y él se enteró de todo lo que yo sabía sobre esta ciencia. Tras haberme marchado, recibí por orden suya un regalo de plata, una magnífica pelliza de honor y una montura» 

Citado por Dominique Urvoy: Averroes, Alianza, Madrid,1998, págs. 93-94.

Leibniz leyó la novela filosófica de Abentofail en 1672, en la traducción de Eduard Pocock y por ella manifestó a menudo gran aprecio 

Notas

(*) Contra Leibniz, el obispo de Thina (el franciscano Cristóbal Rojas antes citado) le objetaba que las proposiciones que se prueban se prueban a partir de otras que son evidentes o no evidentes. "Si se prueban a partir de proposiciones no evidentes, no podrán volverse evidentes a partir de ellas. Pero si se prueban a partir de proposiciones ya evidentes [como el principio de identidad o el de no contradicción], de nuevo se planteará el problema acerca de estas últimas y así hasta el infinito, y entonces no habrá ninguna evidencia, o algunas serán por sí evidentes. Pero ¿cómo sabemos que éstas, que ciertamente todos aceptan, son por sí evidentes sino por el consenso de los hombres?"

El texto citado es del propio Leibniz, que tiene la ecuanimidad de recoger con rigor los argumentos de aquellos con quienes discute y de los que disiente, en este caso la afirmación del criterio de verdad basado en el consenso o la autoridad: "Sobre los principios" (después de 1676). En la edición de sus Escritos filosóficos de Ezequiel de Olaso, 2003, pg. 292. 

Allí mismo (pg. 293) Leibniz concede que todos los hombres se guían en muchos casos particulares por la autoridad y que frecuentemente la opinión común es el recurso decisivo de nuestros juicios prácticos.

(1) Citado por Cristóbal Cuevas en El pensamiento del Islam, Istmo, Madrid 1972. Pg. 298.

Otra bibliografía consultada:

Historia de la Filosofía, ed. siglo XXI, vol. 3. Del mundo romano al Islam medieval. "La filosofía islámica desde sus orígenes hasta la muerte de Averroes", por Henry Corbin, Osman Yahia y Sayyed Hossein Nasr, cap. VIII. En Andalucía. 5. Ibn Tufayl de Guadix.

Étienne Gilson en su magnífica Historia de la Filosofía en la Edad Media (Gredos,1965) dice en su capítulo VI, seguramente por error, que Ibn Tufayl nació en Cádiz hacia 1100.

La novela alegórica del filósofo de Al-Ándalus puede contar como precedente de las que protagonizan Robinson Crusoe y Tarzán (Wikipedia).


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